jueves, 17 de junio de 2010

“La casa de Natalia”
Les veo ahí arriba, o más bien imagino a dos o tres niños, con la espalda pegada en la pared del pequeño murete de la azotea, contando hasta tres antes de sacar sus pequeños bracitos por encima de los bloques de hormigón, cargados con sus proyectiles y lanzarlos a la calle. Sin mirar quién hay abajo, sin saber si su travesura dará a alguien, o como ocurría casi siempre, se estrellará contra la acera sin causar mayores incidentes.
Pero había veces, que dentro de ese pequeño grupo de niños armados, había algún valiente, un osado que miraba hacía bajo buscando una víctima a la que empapar. Y veinte años después de que yo fuera esa osada, de que siempre fuera mi cara la que los vecinos reconocía y que cada tarde vinieran a visitar a mi madre con un cabreo monumental, reconozco la cara de mi hijo asomándose.
Como madre, sé que debería decirle que no lo haga, que tirar globos desde la azotea, aunque resulte divertido, puede ser peligroso. Pero les he contado tantas veces a los dos mis aventuras, cómo subíamos a hurtadillas por las escaleras con el cargamento en las bolsas de la compra, cómo muchos de esos globos llenos de agua se nos explotaban por el camino y poníamos perdidas las escaleras, cómo nos escondíamos en los rellanos cuando escuchábamos alguna puerta abrirse, que moralmente no tengo el poder para recriminarles su aventura de verano.
Hoy, viendo a mi hijo desde la ventana de mi casa atacando a los viandantes, a los cuales nunca da, quiero aún más a mi madre. Acabo de darme cuenta de que ella también me veía, de que ella estaba al corriente de mis largos minutos en el baño llenando y llenando globos. De que cuando yo salía de casa pitando con el cargamento, nunca fue ignorante de lo que ocurría, todo lo contrario. Y la quiero aún más porque jamás me dijo nada, jamás me castigo, y si los vecinos no le venían con el cuento, ella lo dejaba correr.
Acabo de descubrir que la sonrisa pícara que se dibuja en mi cara, me es familiar (deben ser los genes haciendo de las suyas). Porque todos esos veranos, cuando volvía a casa con las bolsas empapadas en los bolsillos de mis pantalones, cuando entraba como un torbellino en la cocina en busca de la basura para deshacerme de las pruebas incriminatorias, y yo, ilusa de mí, creía haber burlado a mi madre y toda esa vigilancia férrea que creía me hacía, en realidad, ella tenía esta sonrisa. En realidad, ella me dejaba ser esa heroína con la que yo soñaba. En realidad, hoy ella es mi heroína, porque me dejo ser feliz, porque me dejo ser una niña, y porque me ha enseñado a ser una gran madre.
NATALIA

2 comentarios:

  1. Ya me gustó Natalia cuando evocó en otra ocasión la telefonía-danone con hilos...y me vuelve a gustar su modo delicado y sentido de reconocer la dificultad moral de juzgar y educar, el asombro de la repetición, la exclavitud de lo heredado...el valor de todo ello si se teje con ternura.
    Literariamente me ha gustado más que otras entradas: se nota que estás trabajando con ganas los personajes y sus contraluces y el efecto es muy potente porque a mi al menos me instigaa repescar los personajes y seguirles de cerca y comprender que me quieren transmitir.
    Bravo bambina!!

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  2. ¿Para quién sino para ti
    habría estado escribiendo?

    Para quién que ama la puesta
    de cada palabra en escena:
    mozo de cuerda, alféizar
    enmarcada en la ventana.

    "Noni Benegas"

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