jueves, 27 de mayo de 2010

“La casa de Ángela”
...Ayer por la noche regrese a casa y olvide mirar mi tienda. He pasado dos semanas en mi pueblo y no sé qué ha ocurrido con ella. Por eso, esta mañana me he puesto el despertador para levantarme temprano y confirmar cómo va la obra.

Cuando me he despertado, tenía una invitación en la mesilla para la inauguración de la tienda. En ella, no venía ningún nombre, tan sólo una hora y nada más. Pero sabía que lo poco escrito en aquella tarjeta, hacía referencia a mi obsesión. Estoy convencida de que se trata de una tienda de fotografía, así que me pongo unos vaqueros y una camiseta para bajar. Cuando me asomo a la ventana para confirmar que está abierta, encuentro una aglomeración de gente que me impide ver el interior, y sorprendentemente, no hay ningún cartel sobre la puerta. Algo en mí, me dice que aquellas vitrinas que había visto colocar, no iban a estar llenas de cámaras fotográficas de última generación. Más que algo en mí, me lo dice las elegantes ropas que visten los que intentan entrar en la tienda. Aquello más se parece a una entrega de premios o una fiesta benéfica de celebridades en Hollywood, que a la inauguración de una tienda de barrio.
En ese momento empiezo a asustarme y llego a pensar en no bajar, o al menos en cambiarme de ropa antes de hacerlo. Pero no lo hago, me encamino al salón, cojo el bolso y bajo.
Cuando llego a la tienda, me es imposible ver nada, pero como por arte de magia, la masa se aparta haciéndome un pasillo para entrar, como si fuera alguien importante en aquel lugar. Comienzo a avanzar y cuando consigo ver el interior de la misma, veo que dentro de las vitrinas hay gente. Mi gente. La gente del barrio. El frutero de la esquina, el de la tienda de periódicos, mi vecina de enfrente y veo que aún queda una vitrina vacía. Y por alguna razón sé que es para mí.
El que parece ser el dueño del establecimiento me hace un gesto para que entre y yo lo hago. Cierra la puerta tras de mí y yo me acomodo como puedo. Más bien me hago un ovillo, mientras toda esa gente de alta alcurnia nos mira con gran interés, como si se tratase de obras de Goya, Miró, Botticelli… Y yo no intento evitarlo. No intento escapar, sólo me quedo ahí, y nada más.

Suena el despertador y estoy sudando. Definitivamente me estoy volviendo loca. No puedo dejar de pensar en esa tienda. Corro hacía la ventana para borrar de mi mente la imagen de mi misma metida en una vitrina y lloro de alegría al ver que la tienda está terminada, que la tienda tiene cartel, que la tienda no es un expositor de personas. Que es una magnífica librería y que dentro de esas vitrinas ahí libros de gran valor. Me pongo la misma ropa que en mi sueño y sonriendo como estoy por haber acabado por fin con la obsesión, bajo a mi lugar favorito del mundo, el lugar donde viven historia inventadas y donde los sueños y las obsesiones no son más que ese, mentiras que nos hacen felices mientras las leemos.
ÁNGELA

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