viernes, 21 de mayo de 2010

“La casa de Héctor”
La música del despertador me hace abrir los ojos, y allí está ella, junto a mí, como dice la canción. Y como si del guión de una película se tratará, ella va siguiendo al pie de la letra todas y cada una de las ordenes que Joaquín le va dando desde el equipo de música. Parece un demiurgo organizando el mundo, colocándonos a cada uno de nosotros en nuestro lugar y recordándome que aún estoy solo. Que nadie va a llamarme esta tarde, o que al menos ella no va a hacerlo. Y yo también, impulsado por la canción, me asomo a la ventana y la veo partir.
La veo recorrer la calle, en la misma dirección que horas antes habíamos hecho juntos, de la mano, besándonos por cada esquina y creyendo que ella iba a ser la definitiva. La veo y lo recuerdo todo. Recuerdo la noche anterior como si la estuviera viviendo de nuevo.
La conocí en el bar de siempre, mi bar, mi trabajo, mi vida. Y aunque me haya dicho ahora que no recuerda nada, sé que no es ella, se que son palabras en su boca puestas por el maldito cantautor. Sé que le guste, sé que se fijo en mí, que no fui yo, fue ella. O eso quiero pensar. Quiero pensar que su huida ha sido provocada por la música y por el miedo, por el terror al amor, y por consiguiente al dolor. Estaba en la esquina, mirando cada copa que servía, como si se tratara de algo vital. Como si cada una de esas copas salvará la vida a alguien. Después de una hora se acercó y me hizo la pregunta: ¿A qué hora sales? No podía creerlo. Pero fue así, durante las dos horas restantes me espero, sentada en el taburete, y hablando sin parar. Ella me había esperado y yo ahora la deja marchar.
Volví a su imagen mientras se subía al Peugeot en que habíamos venido. Otra vez él haciendo de la suyas. La canción seguía sonando y conocía la siguiente estrofa. Un grito sordo salió de mi pecho y verbalice un no violento mientras mi corazón me decía: “no vas a perder ningún beso por no saber decir que la necesitas”.
Salté por encima de la cama y apague la canción antes de que él pudiera decir la frase. Si conseguía expulsarla a través de los altavoces, sabía que no haría nada. Su voz era como una orden para mí, y no pensaba seguir obedeciendo. Esta vez iba a equivocarse, esta vez yo iba a ser el único dueño de mis actos, esta vez la canción iba a tener un final feliz.
Me asome a la ventana y grite su nombre. Ella se volvió y con el leve gesto de mano conseguí la sonrisa que me demostraba que hoy sí había un final feliz.
HÉCTOR

1 comentario:

  1. Me encanta Zara, además, no se si yo escribo como tu o tu lo haces como yo XD. Repito, ME ENCANTA.

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