sábado, 15 de mayo de 2010

“La casa de Marcos”
Miro por la ventana y veo un hombre solo, ajado por los años y los malos momentos. ¿Y si ese fuera mi futuro?
Empujar un carro destartalado, con ropa de segunda, tercera o cuarta mano que habré encontrado en algún contenedor… Sin nadie que me preste su ayuda cuando avance tambaleándome por la calle, al bajar el bordillo de la acera. Sin nadie a quien contarle mis alegrías y mis penas, si es que las tengo. O tan sólo pudiéndoselas contar a algún otro atormentado que pulule por la ciudad o al psicólogo sirve copas del bar donde tomaré mis cafés especiales cada mañana. Cada día parece más claro, no hay duda, ese es mi destino
Un chico pasa rozando al hombre del carro y se ríe de él. Su risa me saca de mi ensueño, de la película futura de mi vida que estaba proyectando y vuelvo a prestar atención a ese alma demasiado cercana a la mía. El hombre ni le mira, sólo escupe palabras, refunfuña algo para quién quiera oírle, y yo querría, pero la distancia que aún nos separa, la seguridad de mi casa, el calor de mis paredes y los ruidos de la calle me lo impiden. Seguro que tiene algo bueno que decir. Seguro que tiene enseñanzas que me ayudarían a ser mejor persona. Seguro que sería un gran conferenciante si no llevará el pelo cubierto de hojas, la comisura de los labios con restos de café y el alma llena de alcohol. Lo intento con todas mis fuerzas, pero no consigo escuchar lo que dice.
Cruza la calle y se sienta en un banco frente a mi casa. Ese es mi banco, el lugar donde paso horas leyendo, intentando olvidar mis problemas y donde la noche me sorprende cada atardecer. Comienza a revolver sus trastos, a sacar sus tesoros y colocarlos junto a él. Parece que busca algo, y su nerviosismo aumenta cuando no lo encontrar. Intento imaginar que puede ser, pero la realidad me golpea cuando su cara se relaja a la vez que saca un libro de entre sus pertenencias. Lo deja sobre su regazo y con sumo cuidado y parsimonia, vuelve a colocar sus cosas dentro del carro, como si cada una tuviera su lugar. Cuando ha acabado, abre el libro y puedo ver el título. Para mi sorpresa está leyendo el mismo libro que yo.
No me lo pienso dos veces, mi cuerpo comienza a funcionar sin pedirle permiso a mi cabeza y me pongo lo zapatos mientras continúo mirándole por la ventana. Necesito que no se vaya, necesito hablar con él y preguntarle si sabe dónde se van los patos del Central Park cuando el lago se hiela en invierno. Tal vez él sepa la respuesta, y esa respuesta me ayude a salir de donde estoy. Cojo el abrigo y las llaves, pero cuando echo la última mirada por la ventana antes de salir, él ya no está.
Me siento abatido en el sillón y miro mi banco buscando algo. Y ahí está, es el libro, su libro, mi libro. Vuelvo a sonreír y decido bajar. Seguro que en él está la respuesta que busco.
MARCOS

3 comentarios:

  1. "...me imagino a muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno... Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el día. Sería el encargado de cuidar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser".
    Todos somos Holden buscando respuestas, rompiendo vidrios ante la incomprensión por la muerte y el desconsuelo de crecer. Yo me quedo con la imagen bellísima del guante de beisbol de Allie lleno de escritos en tinta verde...para esperar a lo que nos venga con algo de lectura a la mano...la de Desde la ventana es una excelente opción

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  2. Al igual que en este relato, todos tenemos en nuestro corazón guardados nuestros trastos, nuestros tesoros... y cada uno tiene su lugar.
    En ocasiones los removemos para buscar algo, pero al final todo vuelve a colocarse en su sitio, bueno más o menos, pues depende del momento, de lo que nos vayamos encontrando en nuestro camino... y vamos necesitando tener más a mano unos que otros.
    Lo importante es tenerlos todos,si nos desprendemos de alguno, quiza más adelante nos arrepintamos. Todos ellos dan sentido a lo que somos, a lo que hemos sido y seguramente a lo que seremos.

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  3. Cada mendigo
    frío cansancio cartón
    lleva mi nombre

    (Junio 2008)

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